miércoles, 19 de octubre de 2011

Ice on the dancefloor

Mis compañeras de piso de este año son un primor. Al contrario que las del año pasado (ejem), cuya preocupación por la limpieza era menos que nula, ellas limpian los platos y recogen la cocina religiosamente todos los días después de cada comida. Además tiran la basura de manera que no se amontonan las bolsas con restos de comida que va pudriéndose y llenando la cocina con olor a muerte.

Otro punto a favor y que yo aprecio enormemente es el hecho de que parecen apreciar sus pulmones y los del prójimo (en este caso prójima) y por ello no fuman. Sí señores, al parecer ¡es posible encontrar a más de tres personas juntas y que ninguna de ellas fume! Probablemente, llegados a este punto el lector estará pensando horrorizado cómo alguien puede vivir en estas condiciones. Si la noticia se extiende puede que nos convirtamos en un fenómeno de feria y de todas partes de la capital vendrá gente a vernos. Mirarán de cerca los ceniceros vacíos y menearán la cabeza como diciendo "Esta gente no sabe vivir con decencia".

Bien mirado, hasta podría cobrar entrada. Seguramente también se llevarían las manos a la cabeza al ver nuestra cocina sin platos llenos de putrefacción y con solo una bolsa de basura. Estamos pensando en prepararle un sitio especial al cubo de basura para quien quiera echarse alguna foto con él (por un precio simbólico, la voluntad nada más).

Por desgracia, no todo es felicidad en el reino de Don Limpio. Hay un problema en nuestra esterilizada cocina que nos quita el hambre y los sitios para sentarnos. Y es que nuestro congelador está enfermo. Hace tiempo que no cierra, la goma de su puerta ya no es la de antes y el pobre sufre pérdidas de frío en las tardes soleadas. Se nos ha resfriado y anda todo el día atascado de hielo. ¡Da una penita! Si pudierais verlo...todo lleno de estalactitas y estalagmitas, que ni medio filete de pollo le cabe. Lo oigo toser y estornudar por las noches y ni podemos dormir tranquilas de la lástima tan grande que tenemos.

La única solución que hemos encontrado por el momento es poner una silla que sujete la puerta para que no se quede abierto y con las tripas al aire, pero sigue sin ser suficiente. El pobre congelador languidece día a día y cada vez hay que cavar más profundo para sacar los tuppers. Incluso nos hemos acostumbrado a llevar botas de montaña cada vez que tenemos que sacar algo. El otro día hubo un derrumbamiento que a punto estuvo de provocar un alud.

Ya veis que nuestra situación es desesperada y que necesitamos ayuda urgentemente. Por eso os pido, queridos y magnánimos lectores, que firméis esta petición para exigir la jubilación inmediata de nuestro pobre congelador y su restitución por uno que esté a la altura de las circunstancias.

Sé que vuestra solidaridad sin límites y vuestra alma piadosa no dejarán que la infelicidad impere en nuestro exótico piso de estudiantes. Sabiendo esto, os doy las gracias de antemano.

Atentamente,

Sophie.

*Este piso ha pasado la prueba del algodón avalada por Don Limpio.

lunes, 17 de octubre de 2011

La verdad tras las gafas de sol


Como muchas otras personas, en el increíblemente caluroso sur de España, yo llevo gafas de sol. Llevo gafas de sol en verano, cuando la piel se derrite al contacto con el fuego del aire y las pupilas arden con el reflejo del suelo; llevo gafas en lo que en otras zonas del planeta se conoce como "primavera" y "otoño" -cuando pasamos de un frío sin piedad a un calor sofocante. Incluso llevo gafas en invierno, porque aquí en el sur de la Península del Verano, SIEMPRE hace sol.

Resulta que las gafas de sol poseen una cualidad que las diferencia notablemente de las gafas de vista: sus cristales están tintados. Así de primeras esto puede asustar, pero que nadie se escandalice, esto es así y no está en mi mano cambiarlo.

¿Por qué digo esto? Sé que a mis magníficos lectores esta noticia no les descubre nada nuevo puesto que su intelecto es muy superior a la media y son gente informada, preocupada por estar al día en asuntos tan trascendentales como el que nos ocupa. Sin embargo, lo cierto es que hay algunas personas que aún viven ajenas a este hecho científico, desamparadas en la ignorancia de que tras los cristales de unas gafas de sol, se esconden un par de ojos humanos y no dos agujeros negros.

Estas personas necesitan que sus vidas se iluminen con la luz de este descubrimiento, necesitan, deben saber que al mirarte las tetas descaradamente, tus ojos detrás de los cristales oscuros perciben el gesto, que ves esa mirada que te recorre de arriba a abajo o esa mueca de desprecio. Ciudadanos del mundo, tras los cristales de unas gafas de sol: ¡Hay vida!


PD: ayudadme a difundir la buena nueva. Dichosos aquellos que llevan gafas de sol porque ellos se librarán del cáncer de córnea.