lunes, 21 de marzo de 2011

Sunny afternoon

Venía dispuesta a escribir algo sobre la violencia que emana de mí últimamente cuando leo estupideces pero ya se me ha olvidado. En lugar de un sentimiento tan poco útil dejaré una reflexión para la próxima vez que vuelva aquí porque estoy segura, nadie más la leerá o será como si nadie lo hiciera (sea como sea lo mismo me da):

Los pintores y artistas en general, ¿necesitan a las musas como una especie de ser utópico en lo que inspirarse o es solo por el sexo? Me refiero a si el sexo es lo que realmente les inspira y no únicamente sus musas en sí.

Ahí queda la cosa, ampliaré.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Past

Lo observé fijamente mientras me esforzaba en que mi fría expresión no se derritiera ante el acceso de nostalgia que me invadió al ver otra vez la cara que tanto había añorado los últimos meses. El cortante aire otoñal me trajo recuerdos reprimidos; una silueta oscura se alejaba de mí, abandonándome en aquella penillanura salpicada por montes islas de granito y cuarcita. Rememoré como me sentí entonces, la furia fue la única cosa a la que pude agarrarme para que la desolación no me llevara consigo y me dejara tropezar en aquel terreno árido compuesto por un zócalo de materiales paleozoicos erosionados en la era alpina. Resistí el impulso de tirarle un trozo de sedimento de la tercera era y me quede allí, viendo como se alejaba, sin hacer nada, viéndolo desaparecer tras una colina con redes de diaclasas y lancé al aire un fragmento de piedra caliza con ira.

Las tardes eternas

Éramos jóvenes y robábamos pilas. No las robábamos porque fuéramos jóvenes, sino porque entonces los mp3 gastaban mucho y nosotros los necesitábamos como el respirar, eran nuestras baterías, y debían estar cargadas.
También alguna vez robamos pegatinas, pero no chocolate. Eso nunca porque el chocolate se disfruta mejor cuando has pagado por él, y de todas formas era muy grande para robarlo.

Entonces esas escapadas eran de lo más emocionante que nos podía pasar, siempre sabíamos qué decir luego para encubrirnos y nadie salía herido. Esa era la parte más fácil.

Pero el tiempo pasó y la cosa dejó de tener emoción, dejamos de depender de las pilas y no salir herida dejó de ser tan fácil.

Las pilas seguirán por ahí, en algún cajón, olvidadas entre un revoltijo de envoltorios de chocolate vacíos, cuadernos privados, dibujos a lápiz y nosotras mismas.