Éramos jóvenes y robábamos pilas. No las robábamos porque fuéramos jóvenes, sino porque entonces los mp3 gastaban mucho y nosotros los necesitábamos como el respirar, eran nuestras baterías, y debían estar cargadas.
También alguna vez robamos pegatinas, pero no chocolate. Eso nunca porque el chocolate se disfruta mejor cuando has pagado por él, y de todas formas era muy grande para robarlo.
Entonces esas escapadas eran de lo más emocionante que nos podía pasar, siempre sabíamos qué decir luego para encubrirnos y nadie salía herido. Esa era la parte más fácil.
Pero el tiempo pasó y la cosa dejó de tener emoción, dejamos de depender de las pilas y no salir herida dejó de ser tan fácil.
Las pilas seguirán por ahí, en algún cajón, olvidadas entre un revoltijo de envoltorios de chocolate vacíos, cuadernos privados, dibujos a lápiz y nosotras mismas.
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