No pude evitar que apareciera una leve sonrisa en mi cara, así como de reojo. Expresión que contrastó con la persona que se encontraba inmediatamente a mi lado, cuyo semblante se tornó repugnado, ofendido y al final compungido. Me miró. La miré.
Le sonreí.
Me aparté.
En cuanto mi dedo se levantó, acusador, hacia ella y la señaló como una sentencia de muerte, me arrepentí. Era ya muy tarde. Se pasó la adolescencia luchando contra un mote injusto y yo contra mil remordimientos. Soy una cobarde, lo sé.
Pero ella siempre será la pedorra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario