domingo, 30 de agosto de 2009

Aventuras nocturnas

3.08 a.m.
El insoportable y pegajoso calor nocturno se mezcla con la incomodidad de saber que el aparato contra los mosquitos está desenchufado a favor de tener el portátil conectado.
Ya lo sé, hasta estos extremos llega mi adicción al mundo cibernético. Un agosto en el sur de una Península Ibérica, de cuyo hemisferio no quiero acordarme, a unas horas de la noche en las que el maldito calor decide que no es lo bastante tarde como para irse a dormir. Bien, tampoco yo me voy, veamos quién gana.

A tales intempestivas horas mis párpados dicen que hasta aquí hemos llegao, y protestan, dejándose caer. Finalmente cedo, al fin y al cabo, las conversaciones trascendentales se acabaron hace media hora, la mayoría de los que quedamos luchamos por cabezonería contra la fuerza de atracción de la almohada. Despidiéndome a trompicones con absurdas excusas sobre fuerzas mayores gobernantes en la casa, cierro mi conexión a la red y desconecto cables y enchufes con la suavidad de quien sabe que puede ser pillado con las manos en la masa en cualquier instante. Ah, las emociones de la clandestinidad.
Una vez recogido el tinglado me surge la duda: encender luces con el consecuente peligroso riesgo de despertar a los durmientes o bajar escaleras con curvas a lo Pocahontas –descalza- a riesgo de dar un traspiés y matarme. Unos titubeantes latidos después decido lo segundo, si sucediera lo peor ya hay buitres dispuestos a hacerse con mis posesiones más preciadas, pero mínimo estarían bien cuidadas, y a mí, que URI y Pastafari me tengan en su gloria que a ellos me encomiendo.

Una última mirada y maquinaria en mano, abandono mi acogedora alcoba para enfrentarme a los imponentes escalones. Desde la oscuridad no se ve una mierda, negrura por todos lados, pero al menos puedo tomarme mi tiempo. “Respira: un, dos, tres…venga joder” Allá que voy.

Mis pies descalzos van tocando con cuidado uno a uno de los escalones con seguridad, y mis oídos siguen tanteando el aire atentamente, en busca de sonidos delatores. Ya estoy llegando a la mitad…y se acabó. Con aire triunfal me dirijo al salón toda orgullosa “ja!”, dejo el pc en su sitio, media vuelta y…me quedo en una postura estúpida, congelada, digna del típico baile que toda persona baila al saberse con la casa para ella sola. Acabo de toparme con una sombra, que no es la mía, por supuesto, alta y esbelta, muy delgada que me observa con el mismo asombro helado que me atenaza en ese momento.

Lo que no sé es como no grité en ese momento, supongo que el miedo a que me pillaran era mayor al ser sorprendida por alguien en la oscuridad, porque yo sabía que todos estaban durmiendo y, siendo sincera, nunca esperaría encontrarme un ladrón andando por el salón de mi casa. Los sitios en que normalmente esperas algo así es detrás de la puerta del cuarto de baño o agazapado en la placa de ducha, no sé por qué, simplemente es un sitio perfecto para tal efecto. Si yo fuera a robar a una casa intentaría estar el mayor tiempo posible escondida, no andar dando vueltas por el salón como una idiota, pero bueno es mi opinión, no intento dar lecciones de cómo robar en casas ajenas a nadie.

El caso es que la sombra me recordó a alguien, no sé el qué pero tenía un aire familiar e inmediatamente empecé a pensar en mi hermano. Mi hermano entrando en casas ajenas a robar. Dios mío, mi hermano, un sucio y asqueroso ladrón. Me dio una pena enorme, casi se me saltan las lágrimas. Joder, mi hermano pequeño, un desecho de la sociedad en la tierna adolescencia. ¿Qué habíamos hecho mal? Quizá no debimos dejar que se peleara por los juguetes de pequeño, me dije, seguramente eso le había llevado a pensar que podía coger lo que quisiera si le apetecía. Pobre hermanito, caído en las garras de la delincuencia en plena pubertad. Casi se me escapó un sollozo, casi, aún debía de pensar en mantener el silencio. La familiar sombra debió de pensar lo mismo porque me hizo señas. Eso me extrañó y me hizo pensar, si era un ladrón, ¿qué hacía ahí parado? ¿No debería haberme amordazado y atado y dejarme cual fardo en un rincón cualquiera? ¿Nada de amenazas, ni violencia ni navajas/destornillador? ¿Dónde estaba la acción y la tragedia de esta intrusión nocturna?
-¿Estás tonta o qué? Vamos ya pa arriba, que se nos hace de día como sigamos aquí parados ¬¬

Me llevé un susto y un alivio grandísimo al mismo tiempo. ¡Mi hermano! ¡Le había dado la espalda a la vida de vandalismo y robos trasnochados y había vuelto a casa! Enormemente emocionada le di un abrazo y él me dio un empujón que casi me tira al suelo, pero que se me antojó muy cariñoso. Volvió a insistirme en volver a nuestros cuartos a dormir y yo, con mi alegría le contesté con un entusiasta “Sí!”.

Craso error.

El sonido de mi voz hizo que arriba se removieran los durmientes y provocó nuestra huida hacia los respectivos dormitorios en velocidades inhumanas. En esas tropecé al doblar una esquina, pero no me paré a comprobar daños. A la mañana siguiente descubriría un enorme moratón y un dolorido dedo del pie, pero ahí acabó la cosa. También me enteré de que mi hermano había ido a dejar la psp que había estado usando clandestinamente al mismo tiempo que yo hacía lo mismo con el ordenador, para que no se diga que no somos familia.

La lección que se saca de la historia es que no hay que hacer el tonto a esas horas, ponernos de acuerdo para bajar e inventarnos una excusa, para la próxima vez.

Bueno, también todos aprendimos, progenitores incluidos, a asegurarnos de cerrar bien la puerta, porque esa noche nos entraron y al día siguiente encontramos una ganzúa –probablemente se le habría caído del bolsillo- detrás de la puerta del cuarto de baño. Yo tenía razón, no se debe hacer el tonto en el salón de madrugada con las luces apagadas.

No hay comentarios: