domingo, 16 de agosto de 2009

saturación

Aquí todo es verde. El suelo, las paredes, las mesas, las sillas, los cuadros sin vida, todo. Hace tanto tiempo que llevo viviendo en esta monocromía que la mayoría de las veces ni la noto. Estoy segura de que si alguna vez se introdujera otro color diferente algo se resquebrajaría. Si yo viera, digamos un azul, como el del cielo en los días de verano - en realidad no recuerdo cómo era ese color, pero sí sé que era intenso- creo que me quedaría ciega. Sería un contraste demasiado grande para que mis ojos pudieran soportarlo.
En este lugar en el que siempre hace verde, las personas han adquirido también el color reinante, impregnándose de su esencia como si fuera aire, como si tuviera vida. La diferencia está en que aquí el aire nunca sopla, jamás, porque ya no tiene vida ni fuerzas para hacerlo. También hubo un tiempo en que se podía saber que tipo de sentimientos experimentaban las personas por el tono verde de su piel, pero poco a poco fueron desapareciendo los tonos más brillantes y luminosos, y los que eran más tenues y suaves. Ahora sólo queda el verde. Un verde apagado que ha absorbido todo lo que tenía vida, la esencia de las personas, la del aire y la de todo lo que pudiera existir con energía. El maldito color ha conseguido arrancarnos el alma, dejarnos un alma verde. Es lo único que existe: verde, verde por todas partes.