viernes, 10 de abril de 2009

Mi gato de ojos de colores es alérgico a las mentiras


Se llamaba Rocío y estaba en mi clase de preescolar. Era muy mentirosa, mucho. Inventaba historias fantásticas sobre todo. Si le hablabas de mascotas, ella decía que tenía un gatito blanco, precioso y que sus patas eran de colores. Que sus ojos cambiaban de color. Y que tenía muchos porque su gata acababa de parir. Rocío tenía siempre mucho de todo. Su casa debía de ser enorme. Otra vez yo llevé un anillo con una piedrecita verde. Me gustaba mucho mi anillo, me lo habían regalado y estaba muy orgullosa de él. Ella me dijo que en su casa tenía cientos de anillos. Montones. Cajas llenas de cientos de anillos como el mío, en todos los colores. Y la cosa no quedaba ahí. Eran anillos con poderes. Seh. Cada uno, depende del color que tuviera su piedrecita, tenía un poder distinto. Le dije fascinada que trajera algunos para enseñárnoslos. Ya que poseía tal riqueza absurda, los podía compartir. Afirmó que nos daría uno a cada una, prometiéndonos así fastuosos poderes, y aseguró que los traería al día siguiente. Pero el día siguiente nunca llegaba y tuve que quedarme sin ver el fenómeno de los anillos mágicos. He de confesar que por aquel entonces, a mis ingenuos cinco años, la creía. Me creí todas sus historias al principio, y como yo, todas las demás de la clase. Yo veía todo eso en mi cabeza: veía al precioso gatito blanco maullar con sus pezuñas coloridas, veía el gran almacén abarrotado de cajas amontonadas, brillando misteriosamente con el poder de los anillos. No entendía por qué no podía ser todo eso, si yo lo veía en mi cabeza como algo perfectamente viable. Ella nunca dejó de inventar, aunque llegó un momento en que le pillamos un par de mentiras y ya no volvimos a caer más, terminamos por darle la razón como a los locos. Con todo, Rocío no era mala, ahora pienso que sólo tenía envidia quizás, de las cosas de las demás. Es más, me hizo un favor incluso, porque gracias a su vasta imaginación nos salían juegos muy interesantes. Una vez, en uno de esos juegos, me enfadé con ella. Lo típico, era el pan de cada recreo. Me fui toda indignada por el patio, sin querer hablar con nadie. Poco a poco fui andando más y más deprisa. Mi alrededor se difuminaba, se disolvía por los lados y me encontré de pronto en un lugar totalmente distinto. Seguí andando por aquel sitio hasta que me cansé y tocó la sirena. Ella nos mostró su imaginación, compartió, sus historias y nos enseñó a inventar.

Después de todo era buena gente. Me gustaría saber dónde estará ahora, y qué pasó con su gato.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonita entrada y bonitos recuerdos. Después de todo... ¿qué es la imaginación sino mentiras en nuestra mente?
Los gatos de colores forman parte de la imaginación de la infancia. Desgraciadamente, al crecer, comprendemos que lo que recreamos en nuestra mente no es más que una farsa, una mentira, y es cuando abandonamos a la mentira infantil, que se convierte en el término más oscuro que es realmente.
Teniendo en cuenta este gazpacho mental con poco sentido, he de afirmar que yo también tengo un gato de colores.
Y es que, sin límites, jamás nos limitaremos: "Como no sabían que era imposible, lo hicieron"
Sigue así, Marta.
Sin más

Cristina dijo...

Yo quiero un gato, pero normal...No vale que mi gato mole mas que yo...